MEMORIAS DE UN GAMER.
“Soy gamer, no porque
no tenga vida, sino porque decidí tener muchas” suelo preguntarme de vez en
cuando.
Esa es la historia; el resto son meros detalles.
Hay historias que son verídicas, en las que el relato de
cada individuo es único y trágico, y lo peor de la tragedia es que ya la
conocemos, y no podemos permitirnos el lujo de sentirla en profundidad.
Fabricamos una concha en torno a ella igual que hacen las cebollas, que se
cubren con capas para poder asimilarlo. Y de este modo andamos por la vida, un
día sí y otro también, inmunes al dolor y a la pérdida ajenos. Si llegara a
tocarnos nos convertiría en tullidos o en santos; pero la mayor parte de las
veces no llega a tocarnos. No podemos permitirnos ese lujo.
Hoy, mañana o pasado, reflexionen un momento si pueden: hay
niños que se mueren de hambre, tantos que la cifra resulta casi inconcebible,
una cifra tan alta que podemos perdonar un error de un millón arriba o abajo.
Puede que les resulte incómodo reflexionar sobre ello mientras comen, o puede
que no, en cualquier caso, seguirán comiendo.
Hay ciertos relatos a los que no podemos abrir nuestro
corazón, porque si lo hiciéramos nos provocarían un hondísimo dolor. Tomemos el
ejemplo de un buen hombre, bueno conforme a sus principios y a los ojos de sus
amigos: es fiel y sincero con su mujer, adora a sus hijos y los colma de
atenciones, se preocupa por su país, es muy puntilloso con su trabajo, y lo
hace lo mejor que puede. Por eso, con eficiencia y de buena fe se dedica a
engañar a los demás vendiendo falsas promesas: aprecia la música de su entorno
para usarla y amansar a su víctima, le aconseja que no olvide su identidad
mientras lo prepara para el engaño; mucha gente, le dice, olvida su identidad y
se cambia de ropa. Esto calma a su víctima, habrá luz al final del túnel, se
convence. Y se equivoca. Nuestro hombre supervisa al detalle el engaño y el
embaucamiento y, si de algo se siente culpable, de permitir que esa ardua tarea
le afecte. Si fuera un hombre realmente bueno, se dice, se sentiría feliz de
haber hecho lo correcto.
Dejémoslo; duele demasiado. Nos resulta demasiado cercano y
duele mucho.
“Soy gamer, no porque no tenga vida, sino porque decidí
tener muchas” Dicho de esta forma, parece muy simple.
“Ningún hombre es una isla”, proclamaba alguien, y se
equivocaba. Si no fuésemos islas estaríamos perdidos, ahogados en las tragedias
ajenas. Estamos aislados (y no olvidemos que la palabra aislado significa
literalmente “hecho una isla”) de las tragedias ajenas, por nuestra naturaleza
insular y por el esquema repetitivo de las historias. Conocemos el esquema, y
este no cambia. Hubo un ser humano que nació, vivió y, de una forma u otra,
murió. Ya está. Los detalles se pueden rellenar de acuerdo con la propia
experiencia. Es tan poco original como cualquier otra historia, y tan única
como cualquier otra vida. Las vidas son copos de nieve: únicos en los detalles,
forman modelos que ya hemos visto antes, pero parecen idénticos como los gajos
de una naranja que nos comemos (¿y habéis visto alguna vez los gajos de una
naranja dentro de su vaina? Quiero decir, ¿os habéis fijado bien? Después de
observarlos minuciosamente unos instantes, no hay confusión posible porque no
hay uno que sea exactamente igual a otro).
Necesitamos relatos individuales. Sin individuos solo vemos
cifras: mil muertos, cien mil muertos, “las bajas podrían ascender a un millón”
A través de las historias individuales, las estadísticas se convierten en
personas – pero incluso eso es mentira, porque las personas continúan sufriendo
en cifras que en sí mismas son aburridas y carecen de significado-. Mira la
tripa hinchada de ese niño, las moscas que se arrastran por el rabillo de sus
ojos y sus escuálidas extremidades: ¿sería más importante para ti si conocieses
su nombre, su edad, sus sueños, sus miedos? ¿Si pudieras ver su interior? Y de
ser así, ¿no estaríamos discriminando a su hermana, que yace a su lado en el
mismo polvo abrasador, deformada y con el abdomen distendido como la grotesca
caricatura de un niño? Y aun entonces, si llegáramos a sentir su dolor, ¿serían
más importantes para nosotros que otros mil niños afectados por la misma
hambre, otras mil tiernas vidas que pronto serán pasto de las moscas y de sus
también famélicas larvas?
Trazamos nuestras fronteras alrededor de estos momentos de
dolor, y permanecemos en nuestras islas, donde no pueden herirnos. Los cubrimos
con una capa segura suave y que provoca el lloro en los ojos haciendo que
resbalen, como una cebolla, sobre nuestras almas sin llegar a dañarlas.
La ficción nos permite deslizarnos al interior de esas otras
cabezas, de esos otros lugares, y mirar a través de los ojos de otro. En el
relato nos detenemos justo antes de morir, o morimos de forma vicaria y sin
sufrir daño alguno, y en el mundo que está fuera del relato pasamos la página o
cerramos el libro, y continuamos con nuestra vida.
Una vida, que es, como cualquier otra, diferente de
cualquier otra.
Y la verdad desnuda es esta: “Soy gamer, no porque no tenga
vida, sino porque decidí tener muchas”
Los meros detalles…
(Solo hablaré de lo malo, lo bueno me lo reservo)
Todo se ha vuelto más complejo desde el 11-S, ahora todo es
global, transnacional. La delincuencia es ganada poco a poco en confianza y se
recluta como fuente de información. Su verdadera misión.
Lo curioso es que, presidentes, narcotraficantes, asesinos,
abogados… gente muy previsible acaban cayendo en el sexo y este se convierte en
el mejor recurso para acceder a esos objetivos. La gente no se imagina cuántos
negocios millonarios, cuántos tratados de paz o de guerra, cuántas confesiones
y confidencias se han firmado en el reservado de un burdel, o durante una orgía
en una embajada, una mansión o un hotel. Por eso muchas veces se ha recurrido a
prostitutas (la profesión más vieja del mundo), ven y escuchan en lugares a los
que nadie puede acceder y con frecuencia cumplen la función política que nadie
les reconocerá nunca.
La corrupción se hace con el control de la economía. Monta
empresas de todo tipo, concesionarios de coches, hoteles, restaurantes,
inmobiliarias, están por todos lados. Y como lo único que quieren es blanquear
dinero, tiran los precios. Ninguna empresa legal puede competir con ellos
porque no les interesa ganar más dinero, sino introducir en el mercado el que
ya tienen. Eso significa que la competencia al final tiene que cerrar. Más
paro, mas cargas para el Estado y al final más tensión social. Nuestra economía
puede soportar que algunos corruptos inviertan en hostelería, en puticlubs o en
concesionarios. Las grandes sumas se mueven de otra manera. Joyas, fútbol,
arte…
La corrupción es el mayor negocio del mundo. Siempre lo ha
sido y siempre lo será. En todas las ciudades del planeta existen consumidores
y por lo tanto proveedores. Y como en todo mercado, no puede permitirse la
distribución de demasiada mercancía que abarate los precios, así que alguien
tiene que controlar el equilibrio del mercado para que el negocio continúe
siendo el más rentable de la historia. Los que de verdad mueven los hilos no
aparecen ni en los titulares de los periódicos. El Poder.
Cada vez que un grupo de poder se reúne para expandir su imperio, o para mantener su
influencia, conspira. Y no existe límite… En el fondo todos sabemos qué es lo
correcto. Pero ¿qué ocurre cuando a tu alrededor, todos tu referentes hacen
algo inmoral o ilegal? Es sorprendente las cosas que se pueden llegar a
justificar cuando nuestros socios, compañeros, amigos o familia las consideran
normales. Chantaje, soborno, extorsión, tráfico de influencias, asesinato…
parece que la única forma de entrar en el poder es entrar en ese juego.
La democracia solo es nuestro derecho a escoger quién nos
robará esta legislatura. Y no es poco: otros sistemas ni siquiera permiten eso.
El dinero.
El dinero está por encima de todo. Es la religión de nuestro
sistema. Controla el dinero y controlarás el mundo. No es tan difícil de
entender. Son otro tipo de gobiernos. Familias, linajes que pasan de padres a
hijos. Estudian en colegios privados, se forman en elitistas universidades
inaccesibles para quien no está en su escala social, heredan las empresas
familiares y controlan los paraísos fiscales, y desde allí el resto del mundo.
¿Y por qué no luchamos contra eso? Nada dolería más que
acabar con la inmunidad económica o perder el patrimonio. ¿Por qué se sigue
permitiendo que se lleven su dinero a esos centros financieros?
Porque todos los gobiernos del mundo tienen cuentas en esos
paraísos fiscales. Porque las grandes operaciones geoestratégicas no se pueden
supeditar a lo que autorice un grupo de políticos que en cuatro años se
volverán a su casa, y que no tienen ni conocimientos ni perspectiva para tomar
esas decisiones. Y por eso quienes controlan el dinero al final lo controlan
todo. Las bancas.
Las bancas. Aunque cada vez quedan menos. El poder se está
concentrando en un puñado de manos. Son como leones: se comen a sus cachorros
cuando sienten amenazado su dominio sobre la manada o su supervivencia. Y solo
sobreviven los más fieros.
La corrupción es un mito. Una falacia de los pobres. Todos
somos corruptos. El fontanero que te infla la factura; el publicista que
promociona productos que sabe inútiles; el mecánico que te cobra por reparar un
coche que no estaba averiado; la funeraria que especula con el dolor de una
viuda; el conductor que intenta evitar una multa mintiendo; el hostelero que te
cobra a precio de lujo la comida congelada; el usurero del juego o la banca que
especula con los ahorros de los pensionistas; el periodista que exagera la
noticia para vender más diarios…Corrupción…Todos lo hacen en menor medida.
Todos intentan engañar, mentir o falsear para ganar más dinero o para pagar
menos impuestos. Y si estuviesen en el puesto de un político, harían lo mismo,
pero a mayor escala. La corrupción solo es una cuestión de oportunidad.
Bailamos a oscuras sobre un campo de minas, y es un milagro
que todavía no hayamos pisado ninguna espoleta. No tiene por qué gustarnos el
sistema, pero es el que tenemos, con sus virtudes y sus miserias. Los
engranajes de la economía son los que mueven el planeta. Deciden dónde estallan
las guerras, dónde se producirán las revueltas, y ponen y quitan gobiernos. Así
funciona el mundo.
Ahora es la Bolsa de Tokyo, o una multinacional en Nueva
York, o un banco en Berlín, quien decide el destino de cualquier familia en
cualquier barrio obrero de cualquier ciudad. Este es el sistema que hemos
construido. El que lo desprecia es porque ha viajado poco o mal. Al que no le
guste puede coger un avión y largarse a
la Corea Comunista o al Afganistán talibán, pero nadie de a pie va a cambiar
las reglas del juego en Occidente. Solo podemos engrasar los ejes para que el
mecanismo continúe funcionando con los menores daños colaterales posibles.
“Soy gamer, no porque
no tenga vida, sino porque decidí tener muchas” suelo preguntarme de vez en
cuando…gracias por una realidad virtual.
Fdo: Juan Durán Redondo.
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